Kárate: origen legendario

Al buscar información sobre el kárate, origen es una de las palabras que buscadores como Google suelen asociar, ya que muchos usuarios tienen curiosidad por saber dónde nació este arte marcial y qué sucedió para que comenzase a practicarse a nivel mundial.

En el origen del kárate podemos diferenciar dos opciones. Por un lado, tenemos la real, es decir, lo que se cree que sucedió realmente, y la legendaria, que incluye mitos antiguos que proceden de la isla de Okinawa.

Kárate: origen

El origen real del kárate se remonta al siglo XVI. En las islas Ryukyu, pertenecientes a Japón, se comienza a practicar un método de defensa sin armas que se adapta de una técnica llamada Okinawa-te que, a su vez, está muy influenciado por el kempo, un arte marcial procedente de China, dado que durante varias décadas centenares de inmigrantes llegaban a sus costas.

Kárate: la leyenda

Sin embargo, existe otro origen, en este caso legendario, que confiere al kárate un toque casi místico en su nacimiento. Vamos a conocerlo.

Se cuenta que corría el año 1406 cuando el rey Sheo Hashi logró unificar las islas Ryukyu. Su intención era la creación de un único reino unido. Para ello, queriendo garantizar un gobierno de verdad leal, con intención de evitar un intento de sublevación de sus muchos rivales militares, optó por confiscar todas las armas.

Poco tiempo después, poseer un arma en las islas Ryukyu se convirtió en un delito grave. Nadie entre la población civil tenía permiso para tener una.

Así pues, estas técnicas de defensa personal sin el uso de armas empezaron a ganar presencia, ya que la población quería sentirse más y mejor protegida.

Qué hay de cierto en todo esto? Es probable que mucho, o tal vez poco. El caso es que desde el siglo XIV, muchos inmigrantes chinos llegaron a las costas de estas islas, hoy día llamadas Okinawa, y llevaron con ellos sus tradiciones y costumbres y, seguramente, sus artes marciales, que con el paso del tiempo se transformaron en el kárate.

Así pudo haber nacido el kárate, con su toque de verdad y su punto mítico.

Imagen cortesía de Nakasone Genwa